La Calma. Apuntes antes del rodaje (2008).
El cortometraje que tuve la suerte de dirigir, "La Calma", se encuentra participando en la Competencia de Documentales del Festival Int Karlovy Vary.
Es el sexto lugar donde proyectan este corto que tantas felices sorpresas me ha causado. Hoy es la primera proyección y además hay algunas entrevistas programadas.
Buscando en internet, no sé cómo llegué a unos apuntes que escribí el año 2008 cuando fui con mi equipo a grabar las primeras imágenes de "La Calma" (pues es un corto que empezó a grabarse el 2008 y que fue terminado en Agosto 2010, más de dos años después).
Copio estos apuntes pues, en su momento, me sirvieron para quitarme el nerviosismo de grabar un cortometraje. Tenía mucho miedo al reto y siempre andaba posponiendo la idea de "hacer algo", de "grabar un corto", y todos los planes quedaban en palabras vagas.
Me ha causado nostalgia leer todo aquello. No sé si ahora sea capaz de reflexionar de la misma manera.
F.
p.d. mañana empiezo a escribir sobre el Festival.
* * *
Apuntes, entre el 11 de Julio y el 6 de Agosto del 2008
La poesía comienza cuando un necio dice del mar: "Parece aceite".
No se trata, en absoluto, de una más exacta descripción de la bonanza, sino del placer de haber descubierto la semejanza, del cosquilleo de una misteriosa relación, de la necesidad de gritar a los cuatro vientos que se ha notado.
Pero resulta igualmente necio detenerse aquí: Iniciada así la poesía, es preciso acabarla y componer un rico relato de relaciones que equivalga hábilmente a un juicio de valor.
(El oficio de vivir, Cesare Pavese)
*
En algún momento de nuestras vidas existen esos momentos de revelación en donde parece que uno ha realizado un “descubrimiento” novedoso sobre la naturaleza y este suceso inusitado se manifiesta, ya sea en un cosquilleo, o en esas ganas de gritar.
El cosquilleo de una misteriosa relación… esto es, precisamente, lo que he sentido meses atrás cuando surgió en alguna parte de mi cerebro la necesidad de hacer el cortometraje que ahora, después de mucho vacilar, voy a realizar...
“Quiero hacer un corto...”
Ahí está una de las frases que más he oído decir en los últimos años a amistades, compañeros, extraños y, obviamente, a mí mismo.
“Se me ocurrió un corto…”
Cada vez que alguien la decía, se podía sentir la efervescencia que el estimulante ser en cuestión transpiraba.
“¿Y si hacemos un corto?”
Lógico. Nos resulta apasionante sentir ese cosquilleo: es la impresión de tener una buena idea, una imagen rescatable, algo qué mostrar, algo qué contar… Es ahí cuando nace la poesía.
*
Pero Pavese tiene razón en algo más: No basta con un “descubrimiento” para pensar que el trabajo ya está hecho. La entusiasta idea inicial de un proyecto artístico no garantiza que algo bueno saldrá. Iniciada la poesía, es preciso acabarla.
Digamos que a usted se le ocurrió hacer un cortometraje.
Luego de pensarlo mucho, la idea no le parece del todo mala -incluso hasta puede que tenga algo rescatable, sino no se animaría a hacer el corto-; pero obviamente no basta con una aparente buena idea: hay que ir hasta el final, enriqueciéndola a cada momento.
Quedarse en la buena idea y exhibirla sin más, sería necio. ¿Cuántos proyectos se han quedado en meras ideas? Buenas o malas, sencillas o complejas, pero ideas al fin. ¿Cuántas buenas ideas perdidas? Imposible saber, aunque nadie duda que las haya.
¿Y qué es de aquellas ideas que nos parecen de golpe suficientemente hermosas y no buscamos ya enriquecerlas, pues a nuestros ojos resultan plenas en sí mismas? ¿Cuántas veces la promesa de algo valioso se quedó en eso, en mera promesa? ¿Cuántas veces lo que nos pareció fascinante inicialmente nos resultó vergonzoso con el tiempo?
Bienaventurados los que no esperan nada de sus ideas.
Qué triste e inacabable cuestión la “creación artística"…
En todo caso, si los plazos no se mueven, dentro de unos días grabaré un cortometraje. Aunque no es una súper producción, debo pensar en presupuesto, equipo técnico, plan de rodaje, locaciones. Debo pensar en las personas que estarán delante de las cámaras y en las que estarán detrás de ellas.
Estoy contra el tiempo; pero aún antes de sumergirme en esta vorágine que se viene en los próximos días, no dejo de pensar: ¿Valdrá la pena hacerlo? ¿Es necesario que este cortometraje exista? ¿Tendré algo nuevo que decir? ¿Qué pasará si resulta lamentable? ¿Adónde irán mis expectativas? ¿Adónde irán estas palabras?
De algo estoy seguro. Si no puedo contestar con firmeza a esas preguntas en las siguientes horas, todo saldrá mal.
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Dedicarse al oficio cinematográfico es una fortuna que le llega a pocos. Como las semillas de la parábola, muchos serán los que querrán intentar hacer cine y nunca lo lograrán. Otros nacerán, intentarán seguir, pero serán absorbidos por las dificultades. Por ventura o insistencia, pocos alcanzarán terreno fértil.
Pero en todos estará presente la pregunta inicial: ¿Para qué quiero hacer una película? ¿Para quién?
¿Un cineasta debe aspirar a los cien mil espectadores? ¿O debe tratar de capturar el espíritu de su tiempo? ¿O debe desangrarse en sus problemas personales? ¿O ninguna de las anteriores?
Las razones para “hacer cine” son infinitas -y no creo que ninguna sea más noble que otra- pero un realizador debe tener su razón clara antes de lanzarse al ruedo.
Es por eso que le sigo dando vueltas a este inagotable asunto, aún cuando las horas apremian y noto con temor que, luego de haber ensayado y vislumbrado lo que será la grabación del corto esta semana, debo cambiar varias de las ideas que tenía en mente.
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Contra mis deseos, muchas cosas han variado: locaciones, personajes, tiempos… y una nueva reescritura se impone, aunque sea apurada. El concepto mismo de la obra necesita un ajuste más. Aún dudo acerca de si el pequeño equipo que hemos armado funcionará bien. Y, para completar el cuadro, todo va a salir mucho más caro de lo que pensaba.
La buena noticia es la recuperación –en todo sentido- del protagonista. Conversando con él, me doy cuenta que hubiera sido imposible grabar este corto antes de estas fechas, así que tomo este nuevo encuentro como una buena señal. El corto exigirá mucho de su esfuerzo y felizmente su disposición es plena… Y aún con esas, todo puede salir mal.
Y si sale mal, servirá como experiencia y habrá que sacar conclusiones antes de enterrar el corto en el cajón. Sería deprimente que salga mal… aunque confieso que sería más deprimente que el corto salga bien –a nuestra percepción- pero no guste a nadie más.
Pero, claro, sería realmente terrible que el cortometraje salga mal -para nosotros- y aún así le guste a todo el mundo. Como sea, eso se sabrá en unos días.
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Al igual que los equipos de fútbol antes de un partido decisivo, mañana en la noche todo el equipo técnico se concentrará en mi casa. Ahí empezará esta suerte de retiro espiritual donde cada uno deberá dejar atrás todo lo conocido, para enfocarse únicamente en la creación de algo decente. A la madrugada siguiente, será momento de salir y ya no habrá marcha atrás. Lo discutido, lo razonado, la lógica cerebral deberá quedar atrás. Luego, todo será estómago, oficio y también suerte. Un rezo se hace necesario...
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Ha terminado el segundo día de grabación y todos andamos ligeramente exhaustos, agotamiento que aumenta ante la necesidad de tener que madrugar mañana y poder así cumplir –si se puede- lo planificado en el papel. Soy el primero en despertar y no puedo darme el lujo de desvelarme. Debo apurarme.
No puedo afirmar que se ha cumplido con el cronograma establecido. De hecho, lo hemos tenido que ir modificando en el camino. Para cuando nuestro equipo esté de regreso en sus hogares, seguramente faltará grabar algunas escena, así que mañana será un día de difíciles elecciones –elegir entre lo estrictamente necesario y lo que pueda ser un mero capricho por parte mía-.
Si pudiera, grabaría con comodidad y relajo durante una semana más, obvio, pero es una realidad que escapa completamente de mis manos.
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Cada nueva escena, llega con una nueva incertidumbre:
Mis compañeros se instalan en la locación, alistan sus equipos e inmediatamente lanzan la temible pregunta:“ya, ¿cuál es tu primera toma?”.
Desde luego, es una pregunta que no he podido contestarles con rapidez, y acaso tampoco con gran convicción. Tienen que pasar varios minutos –ensayos, pruebas con la cámara, caminatas alrededor- para intentar vislumbrar el encuadre que pueda contener la respiración del cortometraje.
Es que, una vez en el lugar, lo imaginado no sirve más, aún cuando se conozcan las locaciones de antemano o puedas ver la historia en tu cabeza. La relación con el espacio es determinante aquí. En todo caso, hubiera sido bueno tener un storyboard. Hubiera sido más rápido si se grababa de manera funcional: primer plano, plano medio, plano general… Pero otras fueron las decisiones. Si resultaron o no acertadas, solamente lo sabré cuando revise a solas todo el material grabado.
Es que, una vez en el lugar, lo imaginado no sirve más, aún cuando se conozcan las locaciones de antemano o puedas ver la historia en tu cabeza. La relación con el espacio es determinante aquí. En todo caso, hubiera sido bueno tener un storyboard. Hubiera sido más rápido si se grababa de manera funcional: primer plano, plano medio, plano general… Pero otras fueron las decisiones. Si resultaron o no acertadas, solamente lo sabré cuando revise a solas todo el material grabado.
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En plena grabación uno también empieza a luchar contra sus propios ímpetus. Llegaba con la idea de grabar un hecho de la manera más simple posible. Ahora, a cada momento, una nueva idea, una nueva imagen, una nueva manera de narrar brota y quiere darse su lugar, apropiándose de algunos segundos de cinta que no estaban destinados para ello.
En sus Prosas Apátridas, Ribeyro escribió:
Si yo digo: “El hombre del bar era un tipo calvo”, hago una observación pueril. Pero también puedo decir: “Todas las calvicies son desgraciadas, pero hay calvicies que inspiran una profunda lástima. Son las calvicies obtenidas sin gloria, fruto de la rutina y no del placer, como la del hombre que bebía ayer cerveza en el Violín Gitano. Al verlo, yo me decía: ¡en qué dependencia pública habrá perdido este cristiano sus cabellos!”. Sin embargo, quizás en la primera fórmula resida el arte de relatar.
¿Cuál será la mejor formula para relatar? ¿Cómo saber si se está eligiendo la correcta? Sé que la misma escena puede ser narrada de distintas maneras, según distintas miradas. Solamente hay que concentrarse en no contaminar la mirada original e impedir que desaparezca, abrumada, en medio de los apuros. Aún así, y aunque no creo en la improvisación, me he dejado convencer por aquello que no estaba previsto.
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Antes de sentarme a revisar con calma las imágenes que grabamos, puse la cinta que estaba marcada con el rótulo “Detrás de cámaras”. Era una payasada, desde luego, pero quería relajarme un poco previamente a realizar la pauta de tomas.
Y funcionó.
Ver cómo ese grupo de compañeros que aceptaron participar en algo quizás tan inútil, tan irrelevante como un cortometraje, verlos cómo interactuaban de manera grata y dedicada, realizando siempre propuestas nuevas sin perder nunca el humor, resultó la mejor manera de regresar al universo de nuestro cortometraje, una manera acertada y estimulante.
Un compañero de grabación tenía razón: participar de una grabación a tiempo completo termina por crear una forzosa convivencia entre los miembros del equipo, casi al atormentado estilo de un reality. Y, siguiendo sus palabras, “si sólo uno de nosotros hubiera sido un engreído o un imbécil –durante nuestro trabajo- el proyecto habría fracasado”. Pero, felizmente, luego de tres días de trabajo arduo, no se asomó ningún conflicto.
Si algo bueno tiene el cortometraje es, de lejos, gracias a ellos, un pequeño equipo de verdaderos profesionales, sobre los cuales quizás ni estuve a la altura.
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Tomado de varios posts en La Cinefilia no es patriota
("Diario de un cortometrajista")
Etiquetas: cortometrajes, karlovy vary, la calma
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