domingo, 30 de enero de 2011

Ray Loriga y una comunidad dividida.


¿En cuántos países los problemas de toda una comunidad no se resuelven por la incapacidad de abrir un espacio de diálogo franco entre dos grupos aparentemente irreconciliables? Lo he visto pasar en Perú, lo veo pasar en España y seguramente pasa en innumerables lugares más. Lo he visto pasar, sobre todo, en el mundo del cine, aunque también en otros ámbitos.

Hace unos días asistí al evento de Madrid Fusión, ese encuentro internacional . Resultaba curioso un asunto: por primera vez, un país extranjero organizaba el Menú Oficial para toda la concurrencia (siempre ha sido o un menú valenciano o un menú extremeño, etc., al menos en los últimos tres años.) Esta vez le tocó a "Perú" (así, como "marca"). ¿Cómo se logró eso? ¿Cómo se pudo cumplir con esa meta?

El resultado fue ver a distintas personalidades trabajando entre todos: el postre de una chef, el ceviche de otro, el ají de gallina de otro más, los pisco sour de otros... Parece que esto no tiene nada que ver con el cine. Pero sí. 

Conversando con el chef Gastón Acurio, él comentaba que la única manera de alcanzar un logro de esa naturaleza (la cocina peruana como una presencia constante, como una marca sólida, en aumento) era dejando los egos y las rencillas personales de lado y empezar a reconocerse como parte indisoluble uno del otro, "en lugar de estar peleando por migajas".

Pero para eso se requiere igualdad. Uno debe reconocerse igual al otro, no sentirse un ser superior al otro ni un ser que tiene más derechos que otros. ¿Es posible que alguna vez ocurra eso en los gremios del cine?

Sordo. Ese es el nombre del artículo de Ray Loriga ha sido publicado hoy en "El País", del cual rescato unos párrafos:

Vaya por delante que me importa un bledo que la gente se descargue gratis canciones, libros, películas, sexo y calzoncillos en la Red; están, supongo, en su derecho, al menos hasta que este derecho, como cualquier otro, sea razonablemente cuestionado; lo que no estoy dispuesto es que antes y después de hacerlo se vean obligados por Dios sabe qué fe a insultar.

Una y mil veces diré que se coja lo que se quiera y también lo mío, si es que alguien lo quiere.

Lo que pase en el engañosamente fascinante imperio de la Red lo decidiremos entre todos y no será ajeno al discurrir de otros conflictos que en la larga historia de las sociedades han sido, pero quiero dejar dicho que en mi humilde opinión el insulto sistemático a todo un sector de trabajadores, más y menos afortunados, no es la mejor manera de empezar a arreglar nada.

Recuerden por si acaso una vieja máxima de la revolución que sirve igual para inmigrantes, comadrejas y titiriteros: cuando el Estado consigue que el enemigo sea el pueblo, es que el Estado ya ha ganado.

Los reclamos e indignaciones son necesarias en cualquier debate. Pero visto lo ocurrido con la cocina peruana, parece que las soluciones aparecen con el diálogo abierto, libre de burlas, insultos, soberbias y resentimientos.  


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