RENCONTRES: GRANDRIEUX Y PELECHIAN
El día domingo, la Filmoteca madrileñá contó con la presencia de Philippe Grandrieux, un cineasta inteligente y, a la vez, lleno de sencillez. Presentó su última película, A lake, y luego contestó todo tipo de preguntas a todo tipo de público. Ofreceremos el vídeo en algunos días, al igual que un comentario sobre su película. Por lo pronto, encontrarán líneas abajo un comentario que escribí hace un par de años sobre su primer filme: Sombre.
El siguiente plato fuerte de los Rencontres... viene el día de mañana, miércoles 22 de abril, a las 21.30 horas, con los cortometrajes de Artavazd Pelechian. también en la Filmoteca. Luego de investigar algunos datos sobre él, realmente es un autor que despierta mucho interés. Encuentro esta cita de él y me causa sorpresa e inmediata atracción:
"Se dice habitualmente que el cine es una síntesis de otras artes, y yo pienso que es falso. Para mí, el cine es anterior a la división en diferentes lenguas. Por razones técnicas, apareció más tarde que las otras artes, pero por naturaleza, les precede. Intento hacer un cine que no deba nada a las otras artes. Busco un montaje que cree alrededor de él un campo magnético emocional."
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SOMBRE, de Grandrieux (1998)
Es un juego de los cinéfilos el hacer rankings, valoraciones, listas de las mejores y las peores películas, escenas, actuaciones, partituras, etc. Y una de esas listas es la que se refiere a las mejores óperas primas en la historia del cine. Tenemos las de siempre: Citizen Kane y À bout de soufflé. Transgresora: Eraserhead. Fresca: Reservoir Dogs. Contemporánea: La Ciénaga… En fin, los títulos que quieran. En mi caso, luego de lo contemplado anoche, es momento de quitar una de las anteriores (a Welles, por ejemplo) e incluir la siguiente obra: Sombre (Oscuro, 1998), la primera película del francés Philippe Grandrieux.
Poco se sabe de él y lo que se conoce no es suficiente. No convencen las sumillas que resumen su cine al estudio del cuerpo, de sus medidas y realidades. No convence el mismo Grandrieux cuando dice que lo que le interesa es “…el cuerpo, el ritmo, la carne, el peso del cuerpo, los huesos, todo aquello con lo cual pienso, su relación con la luz. Eso me interesa, no decir: ´Voy a contar la historia de un tal…` En esa narrativa de personajes no creo”. No es suficiente. Veo Sombre y sé que hay mucho que no se nos dice. (¿Por qué se nos va a decir todo, por otro lado? Grata exigencia). No se dice, por ejemplo, que la forma y el fondo es lo mismo y, en Sombre, lo carnal es mucho más que una afanosa exploración del cuerpo; es, principalmente, el terreno sobre el que se enfrentarán dos eternos rivales, tan antiguos como la Vida misma: el Demonio y el Ángel. Y en ese estadio mundano, como es lógico, Satán juega de local.
Ángel: Criatura incorpórea, admitida por el neoplatonismo, que sirve de intermediaria entre Dios y las criaturas corpóreas. ¿No existe algo más que un hálito de santidad en el personaje de la agraciada Claire (Elina Löwensohn)? No únicamente por saber que se trata de una virgen, como confiesa su hermana mientras ofrece su cuerpo a la Bestia. En una escena maravillosa, Jean (Marc Barbé) se levanta a dos putas de un cabaret para llevárselas a un terreno abandonado. Mientras hace bailar a una a la luz de los faros, va asesinando a la otra dentro del auto. El acto se interrumpe: Claire aparece y lo observa con profunda piedad. Ella es el Cristo, no le hace falta decir nada, basta con esa mirada tan cristiana, tan llena de compasión. Naturalmente, bajo la mirada divina, Jean debe soltar a su presa (¿cómo pecar con Dios tan cerca?), aunque decide vengarse pronto.
Demonio: Ángel malo, desterrado del paraíso espiritual, expulsado al universo de lo profano. ¿Qué cine puede acercarse a explorar el mundo instintivo sino aquél que tiene en lo corporal su piedra de toque? Todas esas elucubraciones formales que aparecen en la pantalla (brillos, desenfoques, abstracciones de hojas y cabellos, rayas complejas y apresuradas herederas del cine de Brakhage) aparecen cada vez que el director nos aproxima al interior de Jean, la Bestia. Su apariencia es humana, pero sus sentidos actúan distinto que los nuestros. Sus ojos ven lo que nosotros no vemos, aunque al frente tengamos el mismo objeto. Sus oídos se exaltan de una manera animal, algo que nosotros jamás conseguiríamos.
Es eso, un animal herido, humillado, angustiado por la cercanía de lo divino. ¿Por qué se le ocurre ahora a Su Santidad aparecer en mi vida?, se debe preguntar. No puede mirarla a los ojos. La venganza: hacer que Claire pierda su virginidad. La maltrata. La emborracha a la fuerza. Uno siente que la va a hundir villanamente. ¿Qué es el Demonio sino la eterna sombra de Dios, reflejo fallido de lo perfecto, condenado metafísicamente a la derrota? Y, sin embargo, en esta nueva versión del Bien y el Mal, podemos ir, sin duda, más allá y descubrir que a estas alturas de la humanidad, ya no estamos para Dioses de ningún bando.
¿Puede haber alguien más malvado que la Bestia? Grandrieux dice que sí. Jean quiere hacerle perder la virginidad a la santa, pero se topa con dos burgueses seductores que resultan mucho peor que él, tan villanos que se ve forzado a rescatar al Ángel de esas atrevidas manos. ¡Ya no se le respeta ni a él!
Además, ¿qué le pasa a esa muchacha, al inicio tan pura y melancólica? Le empieza a gustar lo terrenal: le gusta el disfraz de bestia salvaje que el otro guarda en su mochila, le va gustando emborracharse y bailar, es ella quien lo busca y prácticamente ella quien inicia lo que esperábamos fuera una violación terrible y maligna… La civilización de cabeza. Los ojos brillosos del Demonio empiezan a apagarse. La arrogante pureza del ¿Ángel? desapareció y con ella, la sombra celosa empieza a desvanecerse.
Por eso, vaya paradoja, la Bestia tiene que expulsar a Claire de la Tierra. Que regrese a su divinidad rápidamente. Si desaparece lo perfecto, ¿en quién va a reflejarse el Mal, a quién envidiar? El Príncipe de las Tinieblas presiente la verdad: Dios ha muerto –hace rato- y la derrota, la real y definitiva, es inminente.
En otra ciudad, el Ángel conversa con una madre y se entera que el amor ideal está enfermo, como todo lo platónico. Recién toma conciencia del cáncer humano. La cámara se eleva sobre su rostro y Claire-Elina parece ascender, nuevamente y para siempre, a la bóveda celeste, un Cielo que para la Bestia no es sino un espacio por donde los aviones vuelan y nada más. Mientras ambos recuperan fuerzas, nosotros estamos sentados al borde de la pista, testigos impasibles de este enfrentamiento.
El cine de Grandrieux no es solamente un cine del cuerpo. Una competencia de ciclismo, presente durante toda la película, puede hacernos pensar lo contrario. Sin embargo, lo cerebral también late ahí, especialmente ahí, a causa de una razón contundente por lo simple que es: las competencias que trascienden son de resistencia y no de velocidad. Para ganarlas, seas hombre o dios, tienes que dosificar las energías. Por encima de lo carnal siempre aparece la maldita Razón. Sombre es la mirada más extrema que he visto sobre esta tragedia.
El agua inmóvil
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